La semana «santa», una como cualquier otra.
El estado español es, se supone, independiente de cualquier organización o confesión religiosa, o al menos eso es lo que figura en la constitución de 1978. No obstante, al margen de la palabrería y la hipocresía de la «carta magna», sabemos (porque lo sufrimos en nuestras carnes todos los días) que España es un país que vive a la sombra de la religión católica y sus instituciones. Lejos de mitigarse, su influencia histórica en asuntos públicos como son la educación, la asistencia social, la sanidad o incluso la justicia penal no ha dejado de estar presente en nuestra sociedad, y de hecho es patente cómo en los últimos tiempos se ha intensificado, ganando, si cabe, aun más poder y capacidad de interferencia. Aunque en la práctica haya cada vez menos creyentes practicantes, los rituales católicos y sus fiestas consagradas (y confirmadas por el calendario oficial del estado), sus símbolos de todo tipo y en definitiva su mensaje, han terminado por filtrarse en las costumbres de una inmensa cantidad de ciudadanas y ciudadanos , asumiéndose como algo cotidiano e incuestionable. Es el caso de la llamada semana santa, evento que condiciona y vertebra la cultura, la economía y la vida pública de numerosos pueblos y ciudades del estado, en tal grado que todo lo demás queda en un segundo plano cuando llega la hora de pasear por las calles el consabido desfile de vírgenes y cristos. Es en la semana «santa» cuando a lo largo de todo el estado español se olvidan todos los conflictos políticos, económicos y soberanistas, pues en toda su diversidad de manifestaciones el fenómeno es solo uno: la renovada victoria de la iglesia católica sobre todos aquellos que deseamos una sociedad libre de las rancias ataduras morales y obscurantistas de la fe. Pero al margen del contenido ideológico con que la iglesia católica nos machaca una y otra vez, está el hecho de que se ha convertido en una institución con privilegios injustificables: su régimen fiscal, libre de impuestos de todo tipo; su prevalencia respecto al profesorado público y los asistentes sociales; su financiación por parte del estado, etc,… son muchas las razones que mueven a la indignación contra una institución cuya única razón de ser es mantenerse como abanderada del patriarcado y la sociedad de clases, que lucha activamente contra el más mínimo sentido de la libertad y que con todo descaro se ha convertido (de hecho, nunca fue otra cosa) en una herramienta de dominación al servicio de los poderes económicos y políticos del capitalismo.
Relacionado con todo esto y para ilustrar la fuerza que tiene la religión en nuestra sociedad queremos hacernos eco de la prohibición de la Marcha Atea que tenía pensado celebrarse el 17 de abril. Para más información ver aquí.
Por una sociedad verdaderamente laica,
fuera la religión de las escuelas y las instituciones públicas.
CNT Ciudad Real